LA CANCIÓN DEL PARIA

"... y siempre voy vagando... y si algún día siente, mi espíritu, apagarse la fe que lo alumbró, sabré morir de angustia, más, sin doblar la frente, sabré matar mi alma... pero arrastrarla no" (O. Fernández Ríos)

jueves, 15 de julio de 2010

SI LO SUPIERAN LOS GRANDES - Reflexión que deja el Mundial de fútbol.

Publicado en Semanario Entrega 2000 de Mercedes, Uruguay

SI LO SUPIERAN LOS GRANDES

“De Independiente”, respondo cuando me preguntan de qué equipo de fútbol “soy” en Uruguay. Entonces me miran con cara de interrogación.

Luego repreguntan: ¿de cuál? ¿ese no es argentino?

No, resulta que está al lado de mi casa. En fin, es también mi casa, lo aseguro. “Pero… ¿de Peñarol o de Nacional?”, insisten.

Mantengo un divorcio diría irreconciliable con el fútbol profesional. Alguna vez me lo cuestiono e incluso me sugiero una envidia por no haber sido uno de estos de pata dura.

Hasta la adolescencia festejé los triunfos de Peñarol y hasta alguna copa Libertadores. Fuimos con un montón de amigos a eliminatorias mundialistas e hicimos dedo para un Uruguay-Brasil con entradas revendidas, entre otras cosas.

Pero desde hace muchos años me resulta indiferente Peñarol. Me gana una sonrisa cuando un “chico” sale campeón “uruguayo”.

En Mercedes “soy” de Independiente y alguno me cuestionará según de la óptica que mire al CAI. Por cuestiones de herencia en nombre, uniforme, canciones y hasta en cómo jugar al fútbol también me gana una sonrisa cuando gana el de Avellaneda, por sentirlo como una especie de hermano mayor, no importa que sea del otro lado del río. Pero sin sacar banderas.

Se me escapó un lagrimón cuando un día llegué al parque Bristol y vi a Barrio Nuevo jugando en la primera división. Y otro cuando Olímpico bajó.

En España digo que voy con el Athletic, recordando a los vascos queridos del Hogar Español de Mercedes, sus posters y banderines de antaño.

Tenemos una tendencia lógica de hinchar por el más débil cuando juegan dos equipos ajenos a nuestros sentimientos. O de ser contras nada más.

Me abruma el fútbol y los comentarios de los periodistas y de los jugadores y de los entrenadores profesionales, los cuales tienen prohibido escaparse de que “son cosas del fútbol y que el rival será difícil”.

Decir que el fútbol profesional es como un opio del pueblo es navegar contra corriente mayoritaria que en los tiempos modernos festeja hasta las derrotas… otra discusión. Son las opiniones de las nuevas generaciones que se imponen, desafiando el “cumplidos sólo si ganamos”, el libertad o muerte, la patria o la tumba, el todo o nada.

Siempre lo mismo.

El mundial “empieza” cuando se juega contra un “grande”. ¿Esta Alemania es un grande? ¿O más grande fue Paraguay, midiéndolos en la misma vara española?

Me gusta el fútbol como espectáculo, como actividad, como deporte. Pero me abruma el circo futbolero profesional. Me abruma que en España se hable siempre del Real Madrid y Barcelona, ganen o pierdan. Porque son los que más venden, los que más hinchas tienen. Los otros casi no existen. Una Liga para dos.

Me abruman Boca y River, Manchester y Chelsea. Brasil es siempre favorito, como Italia, Inglaterra, Argentina.

¿Y porqué los uruguayos sentimos tanto la camiseta celeste? Nacimos allí, dirá uno, es muy claro. Nos educamos allí, dirá otro, poniéndome cara de ¿no entendés lo que es ser uruguayo? ¿Y porqué nos enorgullecemos a los cuatro vientos cuando gana la selección? Y nos sentimos más orientales porque el mundo se pregunta cómo un país tan pequeño, de tan poca población, pueda llegar tan lejos y tener tanta historia futbolera.

Entonces nos agrandamos. Hasta yo me agrando cuando por carambola empieza a difundirse la filosofía del oriental de bajo perfil, sensato, educado, humilde. El oriental que se enorgullece a más no poder de ser hincha de una selección de un país pequeño, de pocos habitantes, humildón en el sur del sur, que siempre peleó en desventaja, en minoría, con perros cimarrones y a pecho descubierto. ¡Sólo nosotros le ganamos a 200.000, una final a Brasil y en Brasil! Cómo nos gustan las hazañas de nuestra historia, el paisito y evocar al negro jefe. Somos la heroicidad del débil, el chico de las hazañas que cuando las puede saborear las disfruta el doble o más, porque cada vez vienen más separadas en el tiempo. ¡Cómo nos gusta ser chicos y meternos a coraje en las finales!

La comunión de la selección y el país se dio por esa identificación y a España llegó la imagen de un país a través de su selección. Yo, escéptico, no tengo problemas en admitir que estos orientales del mundial hicieron llegar la imagen de mi país y su manera de ser. Me importa más que el resultado final.

¡Qué sensato, qué educación el maestro! Perdimos en off-side y ni siquiera protestamos, saludamos al contrario. Que buena gente el goleador y el capitán y las nuevas manos de dios y la cara de niño del portero. ¡Qué grandes que somos! Y eso que somos tan pequeños, tan chicos, tan pocos, tan sencillos.

Peleamos por la libertad con indios, con negros, con lanzas, con coraje y a partir de 33, nada más. Y al fútbol somos así también.

¡Y cómo nos gusta expresarnos así y que nos vean así! Capaces de las hazañas, porque las hazañas son hazañas cuando las conquista el débil.

¿Será por eso que ya no me importa tanto Peñarol? Que he visto a los otros con otros ojos y se me escapa una sonrisa cuando la vuelta olímpica se da en una curva o bajo una farola o en la sombra de las palmeras rochenses.

Siempre lo mismo, siempre Brasil y Alemania.

¿Y Uruguay? Ni cabeza de grupo somos. Nos ponen al lado de Argelia igual. ¡Pero cómo nos gusta que nos ignoren para agrandarnos después!

Qué bueno que, apartados del profesionalismo exagerado de estos tiempos, podamos sentir el coraje y el orgullo del débil como nación, más allá de selección de fútbol. Sentirlo como país, como manera de ser, hacer sentir cómo es un uruguayo. Discreto, de hablar más pausado, medio filósofo, la vida navegando lenta en un mate.

Porque siempre lo mismo. Italia y Argentina, Barza o Real Madrid.

Los grandes. Peñarol y Nacional. Siempre los grandes. A la Fifa le interesan sólo los grandes. ¡Cómo nos gusta decirlo! Y nosotros nos metimos ahí a puro huevo… qué lindo sentirlo. Sentirlo a partir de la heroica nobleza del débil.

Porque siempre los grandes, che. Inglaterra, el Bayern, Francia, el Milán.

Que también disfrutan lo suyo, claro está. Que también hacen vibrar a sus hinchas, los hacen llorar, rabiar, gritar. Que también tienen su magia, claro, cómo negarlo, si son miles sus hinchas, hasta cientos de miles y tan rica su historia. Y por algo será. Porque los grandes también festejan, se emocionan, lloran y yo no quiero desvirtuar su felicidad, ni mucho menos. Me satisface la felicidad popular.

Pero si supieran los grandes lo que se siente amar a una camiseta de un chico, como la de Uruguay, a un país como Uruguay. Si supieran que de nuestras heridas sale sangre celeste. ¡Celeste!, ni siquiera sangre noble azul, no. ¡Celeste! Si supieran cómo se disfruta y cuanto orgullo se siente. Podemos mirar al mundo a la cara, pletóricos.

Entonces el mundo mirará dentro de Uruguay.

Porque intentarán comprender porqué disfruta tanto un chico en ese pequeño espacio en que le tocó disfrutar.

Si lo supieran los grandes.

martes, 13 de julio de 2010

EL APRENDIZAJE DEL AJEDREZ EN GRUPO - ROBERTO OSORES

Recibido de mi amigo Roberto Osores:

Una práctica necesaria

El aprendizaje del ajedrez en grupo

Roberto Osores Frías

La experiencia como profesor de ajedrez, me ha demostrado que es en grupo donde mejor aprovechamos la clase.

Muchos padres –y a veces algunos adolescentes- me han solicitado clases individuales. A ellas me he opuesto siempre, y he salido del paso muy a menudo con argumentos engañosos.

Pero la verdad, es que no creo en una clase individual. Aunque sí creo en una clase “personalizada de muchos individuos”. Parece paradójico, y a continuación trataré de explicar mis convicciones.

¿Frente a qué me encuentro cuando estoy en una clase que componemos, por ejemplo, diez estudiantes y un profesor?

Primero que nada, frente a niveles de juego. Para esto, hago una selección previa que evite grandes distancias. A continuación, distintos grados de experiencia, según la procedencia (de otro club, de una escuela, del juego con sus amigos de barrio, de otro profesor). Distintos niveles de comprensión, según niveles socioeconómicos y culturales. Distintos niveles de desarrollo psíquico, según edades (también a esto trato de neutralizarlo con una elección previa, aunque no siempre es posible, y ni siempre la edad puede ser determinante). Distintos grados de respuesta, según rasgos personales (timidez, audacia, grado de confianza del estudiante con el grupo o con el profesor).

Todo esto, hace parecer imposible la enseñanza grupal del ajedrez.

Y sin embargo, es precisamente esa riqueza, hija de la diversidad, la que nos permite dar una clase de esas de las que uno sale contento, porque sintió que se tuvo que esforzar para ser comprendido, presentar el mismo ejemplo de diez formas diferentes, expresarse de diez maneras distintas, y aún así, alguno o alguna de las estudiantes quedó con dudas.

Tengo que saber que me encuentro frente a diez personas distintas.

Es que, cuando planteo una variante (una serie de jugadas que se concatenan a partir de una estrategia común), algunos ponen en duda que esa sea la mejor manera de llevar adelante el plan. Y entonces me veo obligado a desarrollar las variantes que mis “inoportunos” amiguitos y amiguitas plantearon. Lo que fue pasado por alto por considerarlo banal, dado el avanzado nivel de juego que supuse en la preselección, resulta que ahora es necesario explicarlo detalladamente, porque habían algunas dudas. Bueno, de cualquier manera, se ha perdido un poco de tiempo, pero ha servido de un buen repaso para todos.

¿Y ahora qué? Parece que hay un par de “chicos malos” que me plantean que frente a esta situación, teniendo en cuanta algunas cosillas que yo había desestimado en la preparación de la clase, ellos optarían por hacer otro plan, y no el que yo planteé que había que llevar adelante... La jugada que ellos proponen es la ubicación de un caballo en un lugar muy destacado, interesante y –vamos a aceptarlo- hace peligrar la posición del enemigo. Pero yo les insisto que el alfil parece más seguro, tiene un rápido retorno, y además la partida que estoy mostrando es de un campeón y él jugó así. Les pregunto por qué prefieren atacar con el caballo. Y los dos, me contestan que se sienten más seguros con el caballo que con el alfil.

No les puedo rebatir. Son sus opciones personales. En esa situación dada, el campeón eligió una estrategia, los niños proponen otra, que no es errada. Y además... ¿no tienen derecho ellos a elegir su propio plan, a construir su propio futuro, a ser efectivamente los protagonistas?

Pero, la cuestión se me complica más, cuando presento un problema a resolver (por ejemplo un jaque mate en tres jugadas) y los de nivel más bajo, encuentran la solución casi inmediatamente.

Para mi tranquilidad, Howard Gardner viene en mi auxilio con su teoría de las inteligencias múltiples. La lógica matemática (que parece ser el paradigma del ajedrez), no es utilizado a pleno por algunos estudiantes. Estos utilizan otras formas de inteligencia. La jugada que parece inverosímil, se transforma, a los ojos asombrados de la mayoría de los estudiantes, en la solución inequívoca. Y lo más increíble, explicada por los niños que juegan “menos”. Cuando pongo algunos de estos problemas, que apelan a otras inteligencias, siento placer al anunciar: “mate en tres ¡y a ver quiénes juegan menos!!”. He aprendido a reírme de estas “rarezas”. En realidad, no hay nada “raro”. Lo que hay es una disposición diferente de cómo resolver el problema. El pensamiento lateral, aparece aquí como único camino de resolución de determinados problemas.

¿Por qué cuando imagino un hombre en ascensor, lo imagino de 1,90 metros, de bigote, de unos cuarenta años, casado, y con toda una serie de atributos? Solo se ha mencionado que un hombre va en ascensor. Lo demás, es creación, y esa creación no nos deja ver una fácil solución a una determinada interrogante. Muevo el alfil tres veces. En los tres movimientos dejo “ahogado” el rey adversario. ¿Por qué saco en conclusión que “todo movimiento de alfil dejará el rey ahogado”? El método que empleamos “normalmente” no es una herramienta que nos ayude a resolver todos los problemas del ajedrez. Será necesario aplicar otras “inteligencias”.

Esta vez, el grupo es una fuente de ejemplos maravilloso para poder explicar cómo debimos haber analizado la situación. Ni inducción ni deducción, simplemente pensamiento lateral.

Este será el aporte de aquellos que “juegan menos”. Tratemos ahora de pensar diferente. De ver cosas diferentes. Tratemos de ver lo que no se ve.

Y en este juego de ocupar puestos de observador, el niño aprende a respetar al diferente, a querer al diferente. A saber que aquel que piensa distinto, es necesario, imprescindible. Al ajedrecista le cuesta poco ponerse en lugar del otro (está obligado a ponerse en lugar del otro para tratar de descubrir sus intenciones). En el aprendizaje grupal, esto puede ser utilizado hasta extremos increíbles (1). El ejercicio intelectual de intentar ver las cosas desde ángulos diferentes trasmite al niño y al joven, el respeto por el otro... porque el juego nos obliga a pensar como piensan otros. En este juego, nadie está discriminado. Todos aportamos- Y mi aporte es valorado, por lo tanto yo valgo, y si soy considerado por los demás... me siento seguro. En fin, el juego logra una mayor autoestima de los individuos que conforman el grupo.

En realidad lo que logran algunos niños, es imaginar un futuro diferente (un mundo diferente) a partir de ver lo que los demás no vemos, de percibir el estruendo del silencio, de percibir lo multicolor en el blanco puro. En fin, de percibir y actuar sin prehipótesis.

Y el ajedrez grupal es un universo increíble de variedades, que no debemos olvidar, menos aún ignorar, desestimar o menospreciar. Y esto no es impedimento para tener con cada uno de los estudiantes, un tratamiento “personalizado”, es decir, una propuesta que lo distinga de acuerdo a su característica. Cuando no logro diferenciarlos, no doy una clase, apenas realizo un monólogo en el que no hay aprendizaje.

viernes, 9 de julio de 2010

LA CELESTE DE LOS CIEN AÑOS

Estimado Pepe:

Si bien queda el partido por el tercer puesto se puede hacer un balance pues para la historia de Uruguay en el fútbol quedar terceros o cuartos casi da igual. Viejas frases como el “cumplidos sólo si ganamos” marcan la historia, si bien en los tiempos modernos una buena actuación (o incluso fracasos) se festejan popularmente cual hazañas conseguidas, condicionando viejos valores de victorias o tal vez presentando a través del fútbol una motivación para festejar algo, unidos por la misma bandera. Puede ser porque muchas otras cosas no quedan, a saber, para que el país vibre unido. Así la representación nacional llamada selección de fútbol cobra protagonismo inusitado y fervor de sentimientos por el país, que tendría que tener alguna otra vía transmisora para que los uruguayos puedan acostumbrarse más seguido a exteriorizar el orgullo de haber nacido bajo el cobijo de la orientalidad. O si no, habrá que esperar al próximo mundial, clasificación mediante.

Uruguay no vende en los medios de comunicación. Lo digo visto desde el punto español. Las radios transmitieron en directo a Uruguay recién en la semifinal. Jugando en cuartos ninguna en directo y sólo en los penales se conectó cuando todos los otros partidos de cuartos fueron transmitidos. La televisión de pago ofreció la mayoría de los partidos de Uruguay y en la prensa menciones obligadas de acuerdo al avance de las fuerzas celestes.

Los prestigiosos diarios deportivos daban a Lodeiro titular para la semifinal y se preguntaban cuál holandés competiría por ser el mejor jugador, si Snejder o Robben. Los naranjas eligiendo rival para la final pensando en cómoda victoria.

Ni siquiera ha sido catalogada la selección Uruguay como “la sorpresa” del Mundial, puesto su historial. Estaba ahí, nadie sabía bien cómo, otros diciendo que la suerte de cruces y de grupo, que el fútbol destructivo, que los mundiales recién comienzan cuando uno se enfrenta con una potencia futbolera.

En fin, la selección hizo llegar a España la imagen de identificación con el país. Perfil bajo, declaraciones sensatas, actitud de equipo, entrenador ilustrado, Forlán líder, con el aderezo de la suerte en el penal ghanés, las nuevas manos endiosadas y un loco tirando penales. Para algunos la luz de Maracaná volvía a encenderse y la semifinal de México 70 tomaba valor (¿cuántos fueron a recibir al aeropuerto a los uruguayos de aquel mundial?).

Pero eran segundos en los medios, líneas en la prensa. Uruguay estaba en la semifinal pero nos aburríamos de ver la llegada de Argentina a Buenos Aires y a su entrenador, por aquello de que el morbo suele vender más, por más que eduque nada. Por aquello de que satisface ver al soberbio derrotado sin darse cuenta que se están sentando en la misma silla.

Cuánto cuesta analizar el todo o la historia toda. Qué fácil resulta analizar el presente y denostar las armas con las cuales se defienden otros.

Si de hablar de la semifinal se trataba las imágenes naranjas nos goleaban. Obvio resulta que la mayor parte del tiempo se habla de España, lógicas razones. Hablar de Uruguay resultaba obligado dado su avance, pero era como un momento del cual había que salir rápidamente y pasar a otro tema más vendible: ¿porqué el Real Madrid dejó ir a Robben y Snejder? ¿qué dijo el entrenador argentino? ¿cómo recibieron a Brasil?

Uruguay resultó ser un equipo a apoyar desde la consideración del débil, del asombro de cómo un país de tres millones y pico de habitantes puede estar llegando a semifinales. Es así que también (en el corto espacio en que uno está) el apoyo a la celeste fue recibido, por aquellos viejos lazos afectivos de la Iberoamérica. Ese cariño subyacente por lo uruguayo también se hizo sentir, claro, y el deseo de victoria celeste en la semifinal también era proclamado.

En un momento dado la rivalidad continental Europa-América llevaba a pensar las palabras antes de expresarlas, para no generar enfrentamientos banales donde confundir un partido de fútbol con países lleva a una exaltación casi incomprensible de nacionalidades continentales. Creo que dolía cuando el avance sudamericano cobraba protagonismo. Ya después de cuartos la vieja Europa se volvía a creer aquello de que recuperaba el ombligo del mundo. Además la única selección que quedaba era Uruguay, que para algún periodista era la única de las cuatro que firmaba quedar segunda en el Mundial.

Porque en estos tiempos deportivos se valoran las posibilidades de cada equipo visto presupuestos, población, poderío económico del país.

Pero quien conozca al uruguayo deportivo jamás podría decir aquello de que un oriental firma quedar segundo antes de jugar. Mantengo personalmente la postura de que es mejor el todo o nada, recibida una educación deportiva histórica que nos obliga a creer en lo imposible, en las hazañas.

Aquí entramos en la nueva polémica. ¿Es un triunfo quedar terceros o cuartos? ¿Valdrán los análisis de las nuevas generaciones?, ¿o debemos mantenernos en hechas frases que marcan conductas, que obligan a la heroicidad deportiva, como esa de que cumplidos, sólo si ganamos?

1910-2010: cien años vistiendo de celeste.

lunes, 5 de julio de 2010

OSCAR PÉREZ CARRANZA

Me satisface comentar que mi amigo Oscar Pérez Carranza fue el ganador de un certamen de preguntas sobre los mundiales de fútbol. Organizó Rexona y como premio una camiseta de Uruguay (original), suscripciones gratis a revistas deportivas como El Gráfico, Don Balón y L´Equipe, tarjetas de descuento en espectáculos, restaurantes, etc. y comentar los partidos de Uruguay en el Mundial para ser publicados en Ovación, que es el diario deportivo de El País de Montevideo.
Felicitaciones a Oscar por su incursión periodística en el prestigioso medio de prensa uruguayo y por su sabiduría futbolera para ganar el certamen.