LA CANCIÓN DEL PARIA

"... y siempre voy vagando... y si algún día siente, mi espíritu, apagarse la fe que lo alumbró, sabré morir de angustia, más, sin doblar la frente, sabré matar mi alma... pero arrastrarla no" (O. Fernández Ríos)

miércoles, 22 de julio de 2009

"CARTAS" - "El Viejo" (relato 1)

"El Viejo" está dedicado a Wilde Marotta Castro, mi padre.
"El Viejo enseñó con pocas palabras y muchos hechos. Porque hablaba sólo lo necesario, salvo cuando se tocaban los temas que lo apasionaban.
Entonces se rebelaba. Defendía su obra como se defiende un hijo y se aferraba con pasión a una idea. Recorrió caminos inesperados, hurgando en sombríos rincones de biblioteca, desempolvando viejos mapas, releyendo papeles, descifrando, preguntando y viajando. Cuando estuvo seguro de su verdad la escribió, con orgullo la mostró y con convicción documentó su amor con un pueblo casi olvidado, casi perdido, tan noble y modesto como él.
El Viejo se jubiló y pintó y pintó. Desparramó creación y colores. Como todo hombre creativo le ganó a la muerte y al olvido. Vive en cada color que pintó en todas partes. Llevaría mucho trabajo inventariar su obra. Puedo decirlo, ¿porqué no?, que regó de ingenio y creación la tierra que lo vio nacer, la que quiso y defendió.
El Viejo trabajó mucho. Por años salió de un trabajo para meterse en otro. Para mantener su grande familia, levantar las paredes de su casa y el techo que lo cobijó. Nunca un reproche, siempre un apoyo, siempre un algo para regalar en gesto de sonrisa buena.
Trazó líneas, dibujó máquinas, regaló planos y secaba a soplos de último minuto las caricaturas de homenaje. Era su vida, que así disfrutó. Era su trabajo, el que siempre le gustó. Creó la imagen soriana, pintó animales de la historia y quedó orgulloso de su distinción por la causa de su tierra. Como su madre era callado y como su padre era celeste.
El Viejo le entregó su pasión a los niños en la escuela, a los adolescentes en el colegio, a los jóvenes en el instituto o a cualquiera al pasar. Mucha rama del arte pasó por sus manos. Alegres carnavales de antaño, los grandes retratos a candidatear, los stands de exposiciones, los monumentos que gritan la historia, las plazas del centro o los retratos de los nietos.
A El Viejo le jugaron más de una mala pasada. Siempre toleró y se alimentó de ellas para continuar su viaje. No hacían más que reavivar su inteligencia y sus gruesas manos dirigían entonces el lápiz con el cual plasmaba su rebeldía interior, al fin y al cabo, la verdad.
El Viejo vivió en su tierra, aunque pudo irse a trabajar por ahí. Enseñó sin egoísmos, enseñó a descubrir las libertades personales y aprendió en bellas artes, aprendió de todos y enseñando a los niños aprendió también. De vivirla de nuevo su vida sería la misma. Lo decía él. Con su taller de desorden ordenado, sus billares y cartas españolas, su italiano carácter de emoción casi escondida y sus proyectos como siempre, creando siempre, realizando siempre.
El Viejo se fue sin quejarse. Sabía su destino desde hacía largas semanas. Por eso agradeció y abrazó fuerte toda vez que pudo.
De la mano de su hijo El Viejo se nos adelantó. Se fue tranquilo. Siguió enseñando hasta su último minuto, sin palabras, como siempre. Es un orgullo ser un hijo de El Viejo.
Una vez le escribí una carta. Y le transcribí lo que pensaba de él: "Los hombres excelentes viven exigiéndose. No le encuentran sabor a la vida si no la ponen al servicio de una empresa superior o trascendente. Estos hombres desestiman lo que no les cuesta esfuerzo y sólo aceptan como digno de ellos lo que aún está por encima y les reclama un estirón para alcanzarlo. Esta es la vida como disciplina, la vida noble".

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